PIXAR ESTÁ PERDIDO: Elio es la prueba definitiva
Durante años, Pixar ha sido sinónimo de magia animada. Nos enseñó a llorar por juguetes, a temerle a la soledad con monstruos peludos y a creer que hasta una rata podía enseñarnos sobre sueños imposibles. Pero lo que realmente distingue al estudio es esa capacidad para hacernos mirar hacia adentro… a veces con tanta fuerza que duele.
Con Elio, Pixar vuelve a apostar por lo existencial. Esta vez, con una pregunta que parece sacada de una charla filosófica a las 3 a.m.: ¿realmente estamos solos en el universo? Pero la pregunta es: ¿el concepto está a la altura de la ejecución o se queda volando en la estratósfera?
Un arranque oscuro y emocional... muy poco Pixar
La película no tarda en golpear. Nada de introducciones dulzonas. Elio comienza con un niño huérfano, criado por su tía, lidiando con el abandono, el duelo y una soledad que lo consume. Tanto, que su deseo más profundo no es que lo abracen o que lo escuchen... sino que lo abduzcan los extraterrestres. Sí, así de desesperado está.
¿Estamos hablando de Pixar o de un drama indie? Este tono tan crudo no es algo común en la animación infantil, y eso se agradece. Pero también impone una atmósfera tan seria que uno empieza a preguntarse si habrá espacio para la esperanza. Por suerte (o no), la película da un giro.
Cuando la película se vuelve... otra película
Después de ese primer acto denso, de pronto todo se llena de luces, colores, criaturas alienígenas y acción acelerada. El niño que quería desaparecer ahora está en medio del universo, rodeado de especies de todos los rincones galácticos, y con una mentira monumental a cuestas: todos creen que es el líder de la Tierra.
¿El problema? El ritmo. Elio cambia de tono y velocidad tan bruscamente que parece que Pixar puso dos películas diferentes en una licuadora. No hay tiempo para conectar con los mundos nuevos ni para entender bien qué está en juego. Lo visual es hermoso, sí, pero por momentos abruma. A diferencia de Coco o Soul, donde cada detalle tenía peso, acá parece que la estética manda más que la narrativa.
Glordon, el alien más feo que amarás
En medio del caos galáctico aparece Glordon, una masa gris sin ojos, que se convierte en el corazón de la segunda mitad del filme. Puede que sea feo, puede que no tenga expresión facial, pero transmite más emoción que muchos personajes humanos en otras películas.
Glordon no solo equilibra la historia, sino que también sirve como espejo del propio Elio: ambos son criaturas incomprendidas que solo quieren ser aceptadas. Su vínculo es lo más honesto del filme y demuestra que Pixar todavía sabe cómo manipular nuestros sentimientos con criaturas imposibles.
El verdadero tema no es el espacio, es la pertenencia
Aunque Elio se disfraza de aventura espacial, lo que realmente explora es algo muy humano: el deseo de pertenecer. No importa si estás en la Tierra, en una nave interestelar o atrapado entre aliens color neón, la necesidad de sentir que encajas en algún lugar es universal.
Y ahí es donde la película logra su golpe más certero. Elio quiere que lo escuchen, que lo acepten, que lo amen... y ¿quién no ha sentido eso alguna vez? Aunque no reinventa la rueda, el mensaje llega, y para muchos, eso basta.
Entonces... ¿vale la pena o no?
Elio es una película con buenas intenciones, momentos brillantes y personajes entrañables. Pero también es desigual, atropellada y por momentos más estética que profunda. Se nota que Pixar está intentando hablarle a un público más amplio, más adulto, más complejo… pero en el intento, parece que a veces se olvida de contar una historia clara.
Mi calificación personal: 3 de 5 estrellas. No es un desastre, pero tampoco una joya. Está en ese limbo donde habitan las ideas buenas que no terminaron de cuajar.
¿Y tú qué opinás?
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